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“SÉ QUE ESTOY EN EL LUGAR CORRECTO”

(Publicado el revista Cultura Redonda, enero 2022)

“La tierra giró para acercarnos, 

giró sobre sí misma y en nosotros, 

hasta juntarnos por fin en este sueño (…)”

Eugenio Montejo

José es un tipo que conoce el mundo. Nació en un pueblito de no más de 400 habitantes, en la provincia de Entre Ríos, y desde ahí fue recorriendo varios rincones de este planeta. De las orillas del Paraná, donde pateaba la pelota a con su hermano mayor Luis, hasta las lejanas Qatar o Malasia, donde fue campeón del mundo. José dice que, a estas alturas de su vida, está en el lugar correcto. Dice que el camino nos acercó, que va a dejar el corazón y el alma por la Vinotinto. Y tenemos que creerle porque la tierra giró para juntarnos en este sueño. El sueño de escuchar el himno en un Mundial.

El único país del continente que no ha jugado un Mundial es Venezuela. Hasta las eliminatorias de Corea-Japón, la Vinotinto siempre ocupaba el último lugar. Antes del fin de siglo, en 1999, otro José y también argentino fue el encargado de profesionalizar a una selección que se manejaba con criterios de amateurismo: el “Pato” José Omar Pastoriza. Hace 20 años, en su última entrevista para la Revista El Gráfico Diego Borinsky le preguntó: ¿En cuántos años Venezuela va a poder clasificarse para un Mundial?, y Pastoriza respondió clarividente: “Le falta todavía, necesitan profesionalizarse más, tener más competencia, divisiones inferiores. Le faltan, como mínimo, dos mundiales más.” Han pasado cuatro desde ese entonces y Venezuela apunta a ser, otra vez, el último del continente en la eliminatoria rumbo a Qatar. Desde la designación de José la esperanza empezó a leudar para el 2026.

José sabe “ganarse el mango”, que es el símil sureño de lo que en Venezuela usamos como “llevar la arepa a la casa”. Desde niño lo supo. Cuando su padre Óscar puso un bar, al que llegaba después de la escuela, y hacía pequeñas tareas. O cuando en verano salía a vender helados con Luis. José supo, desde siempre, que el esfuerzo estaba atado a su apellido. Desde sus abuelos ucranianos que se hicieron gauchos judíos en esa Villa Domínguez, de no más de 400 personas. 

Con apenas 7 años, José y su familia mudaron a Buenos Aires en busca de un mejor futuro. Ya en la secundaria le daba una mano a su padre en la pizzería familiar, bien como mesero o pinche de cocina, pero la fortuna seguía driblando al viejo Óscar. Tuvo que cerrar la pizzería y cambió de ramo a una tienda de artículos para el hogar. José volvió a poner el hombro -nunca mejor dicho- y ayudaba en el reparto de garrafas o bombonas de gas mientras culminaba su bachillerato y se probaba en la séptima categoría de Argentinos Juniors.

Apenas egresó de la secundaria inició la carrera de Educación Física pero debió abandonarla porque los horarios chocaban con sus entrenamientos y cambió a Kinesiología. Debutó en la primera de Argentinos con 20 años y a los 24 voló a Medellín junto a Matilde, su compañera de la vida, donde estuvo 4 años más hasta que una lesión de rodilla lo sacó de las canchas. De Medellín volvieron tres. Vanesa, la primogénita, ya estaba en el equipo y demandaba todo lo que necesita un recién nacido. Ahí José tuvo que hacerse más fuerte. Sacó pecho, miró al frente y pintó de amarillo un Renault 12 que le prestó su hermano para trabajar como “tachero”. Así le dicen a los taxistas en Argentina. José aprovechó el tiempo perdido del tráfico bonaerense para elaborar proyectos. Le sirvió de catarsis y duelo por el retiro prematuro. Entendió que, como canta Drexler, “no hay tiempo perdido peor, que el perdido en añorar”. Estudió y empezó a trabajar como “espía” en las inferiores de Argentinos. Hizo el curso de entrenador y el resto de la historia es conocida. 

Presentó un proyecto de más de 70 páginas a la Asociación de Fútbol Argentino y el 22 de Septiembre de 1994 le entregaron la conducción de las selecciones juveniles. Fue 3 veces campeón del mundo en la categoría Sub-20. En 2006, José dirigió a la selección absoluta en el Mundial de Alemania, siendo eliminada por el anfitrión en los penales. Se fueron invictos, pero ser argentino es, también, ser tanguero. El fútbol es un acompasado drama donde, casi siempre, gana el desamor. Decidió renunciar, de manera irrevocable, por no haber quedado entre los 4 mejores. Terminaron quintos. Años después se reencontró con el que sería, a juzgar por el afecto mutuo, su lugar en el mundo. Volvió a Colombia, la tierra donde nació Vanesa, y llevó a su selección a dos Mundiales seguidos. Consiguió la mejor actuación de los cafeteros y se fue, después de 6 años, desbordado del cariño de jugadores, hinchas y buena parte del periodismo.

José es un “laburante”; no ha parado de trabajar desde su infancia. Por eso sorprendió que negociara con la Federación venezolana, que le debía 14 meses de sueldo a su antecesor. A su favor está que hasta que no le pagaron a Peseiro no permitió que lo presentaran. Se sabe que tiene cintura para jugar con el poder. Fue empleado de Julio Grondona, ese patrón del mal del fútbol sudamericano, y de Luis Bedoya, el colombiano acusado de sobornos en el caso Fifagate. De la actual federación venezolana es poco lo que se sabe pero todas las versiones coinciden en que está “quebrada” económicamente. Hace pocas semanas, en redes sociales, se supo que los empleados no pudieron cobrar sus aguinaldos y la selección de Futsal, que participó en el Mundial de Lituania, reclamó públicamente el pago de los premios acordados para el torneo. Distintos medios aseguran que el contrato de José, y su cuerpo técnico, es alto y será pagado con dinero público. A falta de precisiones todo es especulación. Quienes lo conocen no dejan de remarcar que José es un tipo “derecho y muy trabajador”. Su esfuerzo lo ha llevado a colgarse unas cuántas medallas. Las que más valora son las intangibles. Las que guarda en silencio porque esconden reconocimiento, respeto y admiración. 

Cuando llegamos no se podía hacer partidos amistosos, porque no éramos confiables, porque no sabían si los partidos iban a terminar, si nos íbamos a pelear”, recordó de su llegada a la selección juvenil de Argentina. Tres años después, en el Mundial de Malasia, aparte de ser campeones recibieron el premio Fair Play. En 2006, finalizado el Mundial de Alemania, la FIFA convocó a todos los entrenadores que participaron para un congreso donde se evaluaría todo lo relativo al certamen. Sus pares eligieron a Argentina como la mejor selección de esa Copa. En 2009, cuando Lionel Messi recibió su primer Balón de Oro, se lo dedicó con estas palabras: “me dio muchos consejos que nunca voy a olvidar”. En 2011, al ser campeón de la Copa América en Argentina, el maestro Óscar Washington Tabárez declaró: “no inventé nada, solo observé lo que hizo Pekerman en la Argentina”. Y en 2018, el referente de la selección colombiana, James Rodríguez dijo: “él para mí ha sido como un padre. Me ha ayudado mucho tanto en el fútbol como en mi vida también. Es un entrenador que sabe mucho y estoy agradecido a él.» 

José es un tipo que deja huella. Marca su impronta en cada lugar donde va. El técnico con más prestigio que se sentará en el banco Vinotinto ha recibido ofertas de todos los continentes y eligió venir a este país que, desde hace varias temporadas, está al borde del descenso. El país donde la hiperinflación cumplió 4 años y un jubilado recibe una pensión menor a 2 dólares. Aún no se sabe si vivirá en Venezuela o vendrá de vez en cuando, cuando el calendario lo demande. Tampoco se sabe cuánto será, ni de dónde saldrá, el dinero que cobrará junto a su cuerpo técnico. Nadie sabe qué posición ocupará Pascual Lezcano, su representante, dentro del cuerpo técnico -Lezcano es el representante del técnico y de varios jugadores argentinos-. Quedan muchas cosas sin saber que jamás escucharemos de José, porque lo que sí sabemos es que no da notas individuales. Desde hace más de 10 años dijo que se sentía un poco “resentido” con el gremio periodístico porque en “el ambiente se habla siempre de lo malo y se polemiza”. Tendrá que dar ruedas de prensa, probablemente con periodistas digitados por la Federación, que procurarán no incomodarlo. 

Hay muchísimas preguntas, pero a nadie parece importarle demasiado las respuestas. Que un tipo con el prestigio de José nos diga que sabe está en el lugar correcto, no deja de ser una sorpresa. Que la tierra haya girado para juntarnos es un sueño del que aún no despertamos. El fútbol es, por encima de cualquier cosa, una gran ilusión. 

CÁLLENSE Y JUEGUEN

(Publicado en Idioma Fútbol. Junio 2021)

“La Copa América será la plataforma para conquistar el mundo”, la proclama grandilocuente la dijo el 3 de diciembre de 2019 un exultante Alejandro Domínguez cuando, en Cartagena de Indias, se realizó el sorteo para el certamen que se llevaría a cabo entre Argentina y Colombia durante el 2020. El presidente paraguayo de la Conmebol agregaba: “Es tiempo de cambiar nuestra mentalidad. Tenemos que creer en grande.” La frase final, creer en grande, es el slogan publicitario que la Confederación presentó en 2017 junto con su nuevo logotipo, para darle forma a esta nueva etapa y desligarse de la anterior, plagada por escándalos de corrupción, y vergüenza, que nos dejaron Leoz, Napout, Grondona, Esquivel, Figueredo.

Alejandro Guillermo Domínguez Willson-Smith sabe de medios e imagen. Es economista gradado en la Universidad de Kansas y recibió una mención honorífica en su master de Administración de Empresas de la Universidad Católica de Asunción. Dirigió el diario La Nación y fue presidente del Grupo Nación de Comunicaciones, entre 1999 y 2014, donde fundó el diario Crónica y la radio 970 AM. Entre 2004 y 2006 consiguió un lugar en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) donde fue vicepresidente de la Comisión para la Libertad de Expresión y del Comité contra la Impunidad en este organismo. Podría decirse, entonces, que es un defensor de la libertad de expresión.

Su vínculo con el fútbol es hereditario, su padre Osvaldo fue presidente del Club Olimpia y se le reconoce como el dirigente deportivo paraguayo más exitoso al haber cosechado, bajo su mandato, tres Copas Libertadores, una Intercontinental, una Supercopa, dos Recopa Sudamericana y una Interamericana, además de múltiples títulos locales. Alejandro ingresó al directorio del Olimpia con escasos 23 años, fue vicepresidente y presidente interino hasta que en 2014 fue elegido presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol, cargo al que renunció en 2016 para ocupar la presidencia de Conmebol, en la que fue votado por unanimidad.

Ya decíamos que es un hombre de medios, que sabe de marketing y le encanta fabricar sloganes. Durante la Copa América Centenario, jugada en Estados Unidos, declaró: «Esto fortalece la capacidad institucional de la Conmebol y marca otro avance en nuestra cruzada para construir una organización profesional, moderna y transparente, que logre impulsar el fútbol sudamericano hacia su enorme potencial durante los próximos cien años»

Meses después, en el lanzamiento del nuevo formato de la Copa Sudamericana, en Enero de 2017, acuñó otra frase con slogan: “Estamos ante un año pleno de fútbol y hoy estamos lanzando lo que hemos dado en llamar “la primera gloria”.

Durante 2018 le tocó decidir la final de Copa Libertadores más larga de la historia. Boca Junior y River Plate, los gigantes argentinos llegaron a la final de la Copa y el segundo partido, que se llevaría a cabo en el Estadio Monumental, fue suspendido por la agresión que sufrió el bus que transportaba al plantel de Boca, por un grupo de violentos en las inmediaciones del estadio. Finalmente, casi un mes después del partido de ida, terminó jugándose en el Santiago Bernabéu del Real Madrid. La Copa Libertadores de América se dirimió en Madrid, ironías del destino, y Domínguez declaró al diario ABC de España: El fútbol nunca va a estar manchado por unos violentos. El resultado es lo que va a quedar en la memoria de la gente y lo que va a quedar escrito en los próximos libros.”

Al año siguiente, 2019, para la final única de la Copa Libertadores que originalmente se jugaría en Chile y debió suspenderse por el estallido social, escribió una carta donde se leía: Dos grandes del fútbol sudamericano y del mundo se enfrentarán en Lima, Perú, para que uno de ellos se lleve el trofeo de la Gloria Eterna”. La gloria eterna, slogan del partido, terminó siendo para el Flamengo y la gloria económica para Conmebol que vendió los derechos a 180 países y estimaron una audiencia potencial de 3.000 millones de espectadores.

En 2020 la “plataforma para conquistar el mundo”, es decir la Copa América,debió suspenderse por la pandemia y postergarse para el año en curso. En entrevista para ESPN, Domínguez declaró: “La política que estamos siguiendo es priorizar la salud, una vez que tengamos bien la salud haremos todo lo posible para que la pelota vuelva a rodar”. Un año después la Copa tampoco se pudo jugar en sus sedes originales. Colombia conmocionada por protestas sociales y Argentina con una situación sanitaria muy comprometida por los aumentos de casos de la Covid, debieron dar marcha atrás y retirar sus candidaturas. Se esperaba que la Conmebol honrara su discurso y priorizara la salud, para suspender el torneo nuevamente pero esto no pasó. Levantaron el teléfono y llamaron al único gobernante que había tratado a la pandemia como “una gripezinha”, Jair Bolsonaro.

Brasil ha presentado más de 18 millones de contagios por Coronavirus. Ya pasó el medio millón de fallecidos y tiene un promedio actual de 73.460 casos diarios. Al ser designado como nueva sede de la Copa América, Domíngez escribió en su cuenta de twitter: «¡La Copa América será en Brasil! Quiero agradecer muy especialmente al Presidente Jair Bolsonaro y a su gabinete por recibir al torneo de selecciones más antiguo del mundo. Igualmente, mi gratitud al Presidente Rogério Caboclo y a la CBF por su invalorable colaboración», y en el siguiente nos adelantó su acostumbrado slogan que luego veríamos en los estadios: “Se viene un torneo que hará vibrar al continente!”. Seis días después de ese anuncio Caboclo era suspendido de su cargo por el Consejo de Ética de la Confederación Brasileña de Fútbol ante una denuncia por acoso sexual de una empleada de la misma Confederación.

El “scratch” brasilero,  que se pasea por el continente sin perder ni un partido, desde que es timoneado por Tite, amenazó con no jugar. Hubo fuertes versiones de la prensa que aludían a la negativa de los jugadores de participar del torneo en su país como muestra de empatía hacia sus compatriotas que pasan tiempos difíciles por la pandemia. La amenaza quedó en la nada. En un tibio comunicado que terminó recibiendo duras críticas. La más sonora de todas la hizo Walter Casagrande, ex-jugador de la “verdeamarela” y parte de aquel Corinthians, liderado por Sócrates, donde compartieron la Democracia Corinthiana, en tiempos de dictadura. Casagrande dijo: “La actitud de los jugadores de jugar la Copa América es un acto cobarde y muestra que los jugadores no estaban preocupados por la grave situación sanitaria que hay en el país, sino en cuidarse ellos mismos.”

Hubo sí un jugador que levantó la voz de forma fuerte y clara. Fue Marcelo Martins Moreno, capitán de la selección con menos influencia del continente, Bolivia. Hijo de brasilero y boliviana, siguió los pasos de su padre Mauro, quien jugaba en Oriente Petrolero de Santa Cruz de la Sierra cuando conoció a Ruth Moreno. Años más tarde, Mauro fue fichado por el Palmeiras y la familia se trasladó a Brasil donde Marcelo fue fichado, a los 17 años, por el Vitória de Salvador de Bahía. Desde entonces se le conoce como Marcelo Moreno Martins, por la tradición portuguesa de poner el apellido materno en primer lugar.

A pesar del temor ante posibles contagios, la selección boliviana fue de las primeras en llegar a Brasil. A los pocos días aparecieron 4 casos positivos para Covid, entre ellos estaba el capitán y goleador histórico de la selección, quien horas después posteó en sus redes sociales: «Gracias a ustedes de Conmebol por esto. ¡Toda la culpa es totalmente de ustedes! ¿Si se muere una persona qué van hacer ustedes? Lo que les importa solamente es el DINERO. ¿La vida del jugador no vale nada?». Paralelamente la delegación de Venezuela presentó 12 casos positivos y, trascurrida la primera semana del certamen, se confirman 140  positivos entre delegaciones y proveedores de servicio.«

Avisado por su Federación, sobre la sanción que podría recibir, Martins Moreno se apuró en disculparse y matizar su declaración, pero la Jueza Única de la Comisión Disciplinaria de Conmebol, Amarilis Belisario, le impuso un castigo de un partido de suspensión y una multa de veinte mil dólares. El silencio del resto de los jugadores fue escandaloso. Ningún capitán de selección se pronunció para apoyar a Martins, el temor a cualquier represalia pudo más que la solidaridad con un colega en desgracia. Las palabras de Walter Casagrande en la Red Globo son lapidarias: Esta es una generación de jugadores de fútbol más alienada que vi desde los años 80. Lo único importante para ellos es estar en las redes sociales, mostrando sus grandes mansiones y sus autos potentes″.

La Conmebol, mientras tanto. continúa exhibiendo su prepotencia continental. Es un neo-estado que tiene sus propias leyes, tribunales y, ahora, sus propias vacunas. El pasado 28 de Abril se anunció la llegada de 50 mil dosis de la vacuna china fabricada por Sinovac Biotech, para inmunizar al colectivo del fútbol que compite en las Copas Libertadores, Sudamericana y a las selecciones nacionales. “Es la mejor noticia que puede recibir la familia del fútbol” dijo Domínguez, y terminó regocijándose: “Ninguna otra confederación del mundo ha logrado hasta hoy disponer de los inmunizantes para iniciar un proceso masivo de vacunación.”

Según se supo, el acuerdo con la farmacéutica china empezó a gestarse en un asado que compartieron Domínguez y el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, quien fue el intermediario para la donación. Dos semanas después de ese anuncio Uruguay recibió la noticia de su designación como sede única para las finales de la Libertadores y Sudamericana de este año. Domínguez celebraba la designación con esta frase: “Con una envidiable situación sanitaria, Uruguay está listo y el Centenario empezará una remodelación para las finales únicas y seguirá con miras a la Copa del Mundo 2030. Uruguay tiene un acelerado ritmo de vacunación contra el COVID 19.” Ese día, según el monitor de datos del Ministerio de Salud Pública del Uruguay había sido vacunada menos del 50% de la población y en las semanas siguientes ocuparía el primer lugar, a nivel mundial, en cantidad de muertes por millón de habitantes.

Desde Argentina, me recuerda Ezequiel Fernández Moore que en la Copa que se jugó, también en tierra brasilera, durante 2019, Lionel Messi fue suspendido por 3 meses y multado con 50.000 dólares luego de declarar que el torneo “estaba armado para Brasil” y sugerir que había un manto de corrupción alrededor de todo aquello. Para Fernández Moores esta Conmebol, la de Domínguez, es menos corrupta que la anterior pero “es mucho más obscena. Y esta Copa América lo demuestra”.

Ya se jugaron varios partidos de esta Copa pandémica. Sin público y con publicidad de Sinovac rodeando la cancha. Más que donación de vacunas parece que hubo un “canje” publicitario. La televisión muestra, hasta el cansancio, la cara de Domínguez para recordarnos que gracias a él estamos ahí. Los jugadores, ya se sabe, formados obedientemente para hacer un minuto de silencio, antes de cada partido, en honor a las víctimas del virus de este tiempo. La orden es jugar y cerrar la boca. No serán ellos quienes le impidan a Domínguez, y a su Conmebol, conquistar el mundo.

EL FÚTBOL QUE CONOCIMOS

(Publicado en Mundo Esférico. Abril 2021)

En los últimos días se ha estado hablando, por todos lados, de la “muerte del fútbol que conocíamos”. Así, con el dramatismo propio de este tiempo. Un grupo de señores ricos, millonarios, multimillonarios, se juntaron para hacer un club de amigos y formar su propia Liga. Una liga “Premium”, “Exclusive”, “Gold”, “Black”, “Platinum”. A lo grotesco que ya viene siendo el fútbol, como forma de entretenimiento de masas, ahora se discriminaría entre los ricos y el resto. Era la tormenta que le faltaba a la pandemia, por si fuera poco. La idea murió al nacer y la ingenuidad colectiva lo considera un triunfo de los hinchas. La épica esconde que las cuentas no le cerraron a otros poderosos que amenazaron al club de amigos con fuertes sanciones.

En estos días se dijeron cosas tan imprecisas como que “el juego que fue inventado por los pobres ahora se lo quieren quedar los ricos”. Solo con leer un poco sabemos que el “foot ball” fue inventado en colegios ingleses de gente pudiente, por allá por 1864. Pero, lo que no es falso es que el “pueblo” se fue apoderando de él hasta convertirlo en el deporte más practicado y visto en el planeta. Según las estimaciones de audiencia, el Mundial de Rusia en 2018 fue presenciado por 3572 millones de espectadores, más de la mitad de la población mundial. 

Los titulares de estos días han continuado jugando su rol de manipulaciones, hablando de un juego con sentido de justicia, donde los débiles tienen las mismas oportunidades que los millonarios. Periodistas treintañeros se espantaban con la posibilidad de un nuevo orden mundial, defendiendo un modelo que nada tiene que ver con el primitivo juego de patear una pelota hacia el arco contrario. El fútbol que conocimos murió hace años. Unos cuántos años.

El Mundial de Italia, en el ‘90, puede haber sido el último del fútbol que conocimos, que nos enamoró y apasionaba. El fútbol que se jugaba en la calle. Desde ahí empezó un grandísimo negocio que sirvió para todo. Llevar el mundial siguiente a los Estados Unidos, donde menos de un tercio de su población sabía que se estaba jugando en su tierra el evento más masificador del mundo, fue el primer despropósito. El periodista Thomas Boswell escribió en el Washington Post lo que el público gringo opinaba, entonces, sobre el fútbol: el fútbol es el juego que enseñamos a nuestros hijos hasta que tienen la edad suficiente para algo más interesante”. La FIFA defendían los beneficios que traería la globalización y empezaron a gravitar personajes tan oscuros como Havelange, Blatter, Grondona y otros que conocimos cuando se destapó el FIFA Gate, aquella fresca mañana de Zurich.

El fútbol que conocíamos se hizo enorme, gracias a la televisión y dejó de ser como lo conocimos. Pasó a ser administrado por ejecutivos de marketing y programación, que manejan los calendarios a sus antojos y acomodos, según las proyecciones de puntos de rating. El fútbol que conocíamos se convirtió en Ricky Martin, Shakira o Pitbull. La economía empezó a mandar y los jugadores sudamericanos se fueron a Europa con apenas 17 años. Las entradas para los grandes eventos se empezaron a repartir entre pocos aficionados y muchos patrocinadores.

El fútbol que conocíamos ya estaba moribundo cuando los canales de televisión fabricaron costosos estudios para llenarlos de periodistas narcisistas y egocéntricos que creyeron que eran más importantes que los protagonistas del juego. Tipos que, a los gritos con la excusa de apasionados, están las 24 horas diciéndole a los directores técnicos, jugadores y árbitros lo que debieron, deben y deberán hacer.

El fútbol que conocíamos terminó de morir cuando la televisión, que ya era dueña, también quiso ser jugadora y nos trajo el VAR. Para aplicar justicia, dijeron. La verdad es que rara vez se aplica justicia. O, mejor dicho, la justicia depende del color de la camiseta (esto siempre fue así, pero la tecnología los deja más descubiertos). Con ese invento, también, se le sacó al juego una de sus características más interesantes: su universalidad. En todo el mundo se podían jugar campeonatos con la simpleza de contar con 22 jugadores, 3 árbitros, una pelota y dos arcos. El VAR que ya tiene varios calendarios usándose en campeonatos europeos, apenas se ve en América en la Copa homónima y en las instancias decisivas de la Libertadores o Sudamericana. ¿Cuándo podrá implementarse el VAR en países subdesarrollados o en vías de desarrollo? No lo sabemos, pero ya quedamos rezagados.

El fútbol que conocíamos, dejó de existir cuando los dirigentes advirtieron que podía ser el trampolín para dar el gran salto a la política y sus intereses empezaron a estar por encima de los socios. Tenemos los casos de Berlusconi en Italia o Macri en Argentina, los más sonados. Pero en todos, absolutamente todos, los equipos del mundo hay algún dirigente con ambiciones políticas. Ya sea como alcalde, gobernador, intendente, o cualquier puesto de poder.

Hace años que el fútbol dejó de ser de la gente. No nos engañemos. En la pandemia ha vuelto el fútbol antes que sectores verdaderamente prioritarios. La pelota volvió a rodar con estadios vacíos porque la televisión no hace cuarentena. En varios países han vacunado a colectivos de la pelota antes que al personal sanitario. El fútbol se ha ido ganando el rechazo de muchísima gente por su omnipotencia y soberbia (hace unos meses dejaron sin luz a buena parte del estado Mérida, en Venezuela, para poder alimentar el alumbrado del estadio donde la selección nacional jugaría un partido de eliminatorias al mundial de Qatar, contra su similar de Paraguay). El fútbol de hoy es antipático, elitista y excluyente.

El fútbol nunca más fue como lo conocíamos. El fútbol de hoy lo manejan jeques, corporaciones, fondos de inversión y unos cuantos mafiosos que tomaron el testigo de los que hoy están tras las rejas.

No iba a ser la Superliga quien matara al fútbol que conocíamos. El fútbol que conocimos, desde hace rato, está muerto y enterrado. Pero este fútbol nuevo se sostiene gracias a la pasión heredada de aquel. Es el palito al que nos aferramos en medio de la tormenta.

EL HINCHA SUDAMERICANO

(Publicado en la Revista Túnel y en Mundo Esférico. Noviembre 2020)

Se bajan del auto, cierran bien y empiezan la caminata de dos cuadras que los llevará hasta la entrada. Van de la mano, como cuando el Killy era niño y ahora es solo metáfora. Caminan en silencio los primeros pasos que, mientras avanzan, rompen con un sonoro: “Querido”, al cruzarse con el primer conocido. Llegan temprano, como siempre, atraviesan la entrada y siguen por un terraplén de pasto hasta la parte derecha de la tribuna. Se abrazan con los más amigos, hasta llegar a su lugar de siempre. Se sientan y miran a la cancha, el escenario del deseo de toda la semana. Al rato aparecen los equipos, sale el naranja y se escucha el bramido del puñado de hinchas, entre todas las voces sobresale la de Ludys, áspera, arenosa: “Suamérica nomásss”. Se miran, se aprietan las manos y empiezan a sufrir. Saben sufrir, aprendieron y tal vez por eso sufren menos. El sufrimiento es el nervio que los une. Esta es la historia del Killy y Ludys, “hinchas enfermos”, como ellos dicen, del Sud América. Es una historia de fidelidad y apego, una historia más heroica que gloriosa, que se ubica en Uruguay, pero podría ambientarse en cualquier país del hemisferio.

A comienzos del año 1914, un grupo de amigos que habitaban la zona del Barrio Reus, devenida en Villa Muñoz, se juntaron en un Bar de la Aduana montevideana y tuvieron la iniciativa de fundar un club de fútbol. Luego de algunas reuniones decidieron llamarlo: Sud América Football Club, como un homenaje al continente, años después cambiaría su nombre a Institución Atlética Sud América. Su fundación formal quedó marcada el 15 de febrero de ese año. Eligieron el color rojo para sus uniformes pero cuando fueron a la tienda de telas no quedaban de ese tono y aprovecharon una oferta de tela anaranjada. Desde entonces fueron apodados “los buzones”, por la similitud con los recipientes de correspondencias de la época.

Cristian Rodríguez, el Killy para todos lo que lo conocen, es el menor de 3 hermanos, nació en Montevideo el 6 de Agosto de 1996 pero un día antes, su padre Ludys lo inscribió en la Institución Atlética Sud América para asegurarle la identidad. “Soy socio de Sud América antes que ciudadano de la República Oriental del Uruguay”, dice Killy con orgullo mostrando su carnet con el número: 10699. Este detalle que me impresiona es algo normal para ellos, parte de una tradición familiar. Sus hermanos, Martín y Andrea, recibieron el mismo regalo antes de abrir sus ojos. Y el viejo Ludys, hace 61 años, fue presentado como socio por su tío Norberto Gordiola, primero de la dinastía, cuando su madre estaba en pleno trabajo de parto. Ludys es considerado socio vitalicio por haber pasado más de 30 años, de forma ininterrumpida, como socio activo. Su carnet muestra el número vitalicio: 278.

Ludys, Killy y Norberto (FOTO FAMILIAR)

Sud América empezó su actividad profesional en el año ’32, tres años después inauguró su estadio bautizado como “El Fortín” que cambió de nombre en el ’74 para homenajear a uno de sus presidentes y hasta hoy lleva por nombre “Parque Carlos Ángel Fossa”. Agarrado del alambrado del Fossa, cuenta Ludys que el Killy aprendió a caminar. “Sud América es como una familia, a mi me conoce todo el mundo. Durante años fui el único niño que iba a la tribuna repleta de adultos”, dice Killy. Ahí hizo sus primeras travesuras, corría haciendo la línea que transitaba el juez asistente, atormentándolo durante toda la tarde con gritos nada santos. Siente que forma parte de una selecta hermandad: “Sud América es mucho más que un club, es todo, un estilo de vida. Aprendí que abrazar la victoria con extraños no es igual de satisfactorio que abrazar un puñadito de victorias y sufrir un montón de derrotas con los tuyos, con gente a la que vos pertenecés, gente que te aprecia y gente con la que te une una misma pasión”.

Carnet de Norberto Gordiola (1948)

«Pequeño gigante del fútbol de un país campeón mundial…” , así empieza el actual himno de la Institución Atlética Sudamérica y ciertamente lo es. Apenas llega a unos 100 socios activos y no ha tenido un gran brillo deportivo, pero se ha sabido levantar ante un montón de adversidades. Es de esos equipos que sube y baja. En su historia, de más de un siglo, solamente salió campeón de un torneo Intermedio y siete veces en la B o segunda división. Los grandes jugadores que salieron de su cantera son pocos pero notables: Alcides Ghiggia, Oscar Míguez y Juan Burgueño, campeones del mundo en el Maracanazo del ’50. A finales de esa década destacó Alcides “Cacho” Silveira campeón y mejor jugador del Sudamericano del ’59, con la celeste, quién después fue vendido a Independiente argentino, luego de un plebiscito entre los socios, para aprobar su traspaso. Luego de dos temporadas, siendo campeón en una de ellas, dio el gran salto al Barcelona de España, completó un año con los blaugranas y volvió a Argentina contratado por Boca Juniors donde fue campeón de dos torneos. Antonio Alzamendi, campeón de América con la selección uruguaya y del mundo con River Plate de Argentina,  Jorge Siviero fue el único “sudamericano” goleador del campeonato uruguayo en primera división, Darío Rodríguez y Vicente Sánchez quienes formaron parte de la selección celeste en años más recientes y el maestro Oscar Washington Tabárez, actual director técnico de la selección uruguaya.

“Para nosotros ver el cuadro entrar a la cancha, ver la camiseta naranja en la cancha ya es premio y es hermoso, es lo mas grande que hay” dice Killy. Actualmente deben peregrinar por distintas canchas de Montevideo ya que el Parque Fossa “lo están remodelando con aporte de hinchas, de socios y volveremos por nuestros pocos medios, de la mano del verdadero motor que es su gente. Sus pocos, pero fieles hinchas”. Esos que, a todo pulmón, han mantenido a flote al equipo haciendo de todo, hasta cosas paranormales: “En nuestra cancha había un arco donde no hicimos goles en todo el campeonato. Errábamos penales; no había manera de que la pelota entrara en ese arco. Contratamos a una bruja para que exorcice el arco y al siguiente partido, creer o reventar, hicimos un gol”, disfruta contando Killy.

Sud América tuvo años de esplendor económico a a partir de 1960, cuando Roque Santucci, su presidente visionario y corajudo, decidió adquirir el Palacio de la Cerveza y convertirlo en el Palacio Sud América, donde se organizaban los bailes más famosos de la época. Esto permitió al club gozar de una solvencia económica que mantenía al equipo y realizar costosas contrataciones de grandes jugadores de ese tiempo. Se convirtió en el “tercer grande” del fútbol uruguayo, junto a Peñarol y Nacional, en el aspecto económico y llegó a tener casi 4.000 socios. Ese gran brillo económico no se vio reflejado en los resultados deportivos y a partir del año ’81, luego de la contratación del argentino Roberto Perfumo como técnico, y el gasto que implicó todo su proyecto, comenzó la debacle. Tuvieron que hipotecar, primero, y terminar vendiendo al Palacio. Los socios fueron desapareciendo mientras se multiplicaban las deudas. En el año 1996, Sud América se instaló en la segunda división durante largos años.

Palacio Sud América (Archivo IASA)

Cristian, el Killy, nació justamente en ese año que bajaron. Pasó la infancia entrenando el sufrimiento. Viendo finales perdidas, robadas, acostumbrándose al “casi casi”. Siempre tuvo a Ludys al lado, animándolo, diciéndole: “negro, quedáte tranquilo que antes que yo me muera vamos a volver a primera y vamos a ir al estadio juntos a ver a Sud América contra Peñarol y Nacional”. Era el sueño de ambos, estar juntos cuando llegara el ascenso.

En 2014, cuando Sud América cumplía un siglo de existencia y el Killy aún no llegaba a su mayoría de edad, llegó el milagro. Después de 17 años volvieron a primera. El Killy recita de memoria a la formación que cumplió el presagio de su viejo: “Irazún en el arco, Agustín Lucas y Savio Martínez en la saga, Fernando Pascual por derecha, Federico Pérez por la izquierda, Angelo Paleso y Javier Favarel como doble 5, Ángel Luna por un lado, Federico Gallego, el hijo pródigo del club, mi ídolo, por el otro y arriba jugaban Maureen Franco y alternaban Santiago Gonzáles, Gonzalo Malán, Martín Monroy y Brian Aldave”.

Diario La República (16/06/13)

Fueron juntos al estadio Centenario a ver al equipo de toda su vida. Les pregunto si fue su momento más feliz y coinciden en que todo el año fue hermoso, pero no se percibe la desbordante emoción que uno supondría. Killy se guarda para el final la historia más emocionante, pero antes aclara: “Mi viejo para mí es todo. Entre el carnaval y el fútbol le debo todo lo que soy. En mi infancia Sud América perdía y él me enseñaba cosas que iban más allá del fútbol. Yo aprendí a entender que la pasión era mucho más que fútbol porque mi viejo se encargó muchas veces de mostrarme que hay un mundo más allá”. Y termina con la historia que resume todo: “Año 2007, yo tenía 11 años, Sud América venía muy complicado para pagar y participar en el torneo de segunda división. Era un hecho que Sud América no jugaría y con mi viejo estábamos escuchando la radio, esperando en la cocina de mi casa, que dijeran que Sud América no jugaba y faltando cinco minutos un hincha pagó. Cuando anunciaron que Sud América podría jugar nos abrazamos con mi padre, llorando, porque podríamos volver a ver al equipo en cancha. Eso es impagable, no, es imposible de explicar”. De la alegría se puede volver, dice Eduardo Sacheri, pero no de las lágrimas. “Porque cuando uno sufre por su Cuadro, tiene un agujero inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada”.

Ludys junto a sus dos hijos: Martin (izq.) y Killy (der.)

Ludys y Killy habían llorado juntos por saberse vivos, por mantener ese vínculo que los unió siempre. Durante años, aprendieron que existir es más importante que ganar o perder. Que cuando el triunfo es esquivo siempre habrá un próximo sábado de fútbol. Que la vida sigue y que para ellos, por suerte, seguirá siendo de color naranja.

(A la memoria de Ludys Rodríguez)

EL GOLEADOR DE AMÉRICA QUE APRENDIÓ A ESPERAR

(Publicado en Revista Enganche, Mundo Esférico y Venezuela Fútbol. Diciembre 2020)

En el minuto 67 era vergüenza, una goleada de 2850 metros de altura. El lamento de siempre. Otra vez lo mismo. En el minuto 68, sin que nadie lo advirtiera, en el Estadio Atahualpa estaba empezando una metamorfosis en los pies de un jugador y en el alma de un equipo. De su pies brotaron alas. Comenzó a volar desde la mitad de la cancha, como un Hermes del Cotopaxi. Cuando Echenausi levantó la cabeza le faltaban mas de veinte metros para llegar al área, pero no importaba. Iba en el aire. Segundos antes, el defensor gringo Paul Caliguri lo vio de frente a varios metros, en el primer parpadeo lo tenía al lado, en el segundo ya lo había perdido y sólo pudo ver el 9 que tenía en su espalda. Echenausi le pegó seco, tac, una caricia a un lugar imposible. El hombre de pies alados llegó para atropellarla con el pecho, cortó hacia el centro y a la salida del arquero Friedel  le pegó de zurda acomodándola en el fondo de la red. La pizarra marcaba USA 3, VEN 1. En el minuto 68 un hombre hermanado con el viento, empezó a cambiar la historia de un partido y de su propia vida.

La jugada, mitológica, fue el tercer gol del jugador en la Copa América de 1993 celebrada en Ecuador, la noche del 22 de junio cuando se enfrentaron las selecciones de Venezuela y Estados Unidos. Doce minutos después anotó el 3 a 2, siendo su cuarto gol en la Copa. Venezuela empató ese partido gracias un gol sobre la hora de Echenausi. Esa noche, el hombre de los pies alados, el mensajero del gol, José Luis Dolgetta Ascanio comenzaba a escribir, quizás, la única historia gloriosa de la selección vinotinto en el concierto sudamericano. Ciertamente la única. Dolgetta se convertiría en el primer venezolano goleador de una Copa América, el torneo de selecciones más antiguo del mundo.

Esta es la historia de vida de un encarador, de un tipo que miraba de frente a los rivales que le tocó enfrentar, dentro y fuera de la cancha. Un corajudo al que le faltó cintura para regatear los sinsabores de una actividad con estructuras tan frágiles como la memoria de su gente.

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José Luis fue un niño que andaba sin apuro. Logró entender que el apuro es hermano del cansancio. Tal vez por eso empezó tarde. Pateó su primera pelota recién a los 12 años. En su casa, ubicada en la ciudad de Valencia al centro de Venezuela, fue construyendo su personalidad bajo el ejemplo de sus viejos. Sixta, venezolana, metódica y organizada, le ponía las normas con complicidad y cariño. Giovanni, italiano de carácter áspero como sus manos de latonero, le enseñó el valor del trabajo y la constancia. De él acuñó una frase que lo marcó con la fortaleza del acero: “La palabra de un hombre vale más que un papel firmado”.

Jugaba béisbol con los niños de su barrio, hasta que un día apareció un vecino con unos palos que servirían de arcos y les cambió los guantes y el bate por un balón de cuero número 5. El gallego Antonio Sánchez, albañil de profesión, levantó las improvisadas porterías y les enseñó los fundamentos del juego, que se parecían mucho a los de su oficio: tirar paredes, construir espacios y armar jugadas. José Luis lo recuerda con cariño, afirmando que “gracias a Antonio aprendí a jugar al fútbol y pude lograr todo lo que logré”.

A sus 15 años, cuando la familia se hizo socia de la Hermandad Gallega, empezó a jugar en serio. Pasó por todos los puestos en la cancha. Fue defensa y portero hasta que su entrenador, el uruguayo Víctor Filomeno, descubrió el alma de delantero que llevaba escondido Cultivó la paciencia que debe tener un 9 de área. Esperaba su oportunidad ensayando el viejo truco de andar por las sombras, para aparecer de repente y mandarla a guardar. Salieron campeones en Infantil A (15-16 años) y terminó como máximo anotador del torneo. En Juvenil también fueron campeones y a los 16 años lo quiso contratar el Ford Motors de Venezuela para jugar en segunda división profesional. Doña Sixta no lo permitió, por considerar que era muy joven y debía terminar el bachillerato. La leyenda del hombre de los pies alados tendría que esperar un par de años.

Dolgetta debutó profesionalmente al cumplir su mayoría de edad. En el Valencia F.C. empezó su andar en la segunda división y fue el máximo goleador en los dos torneos que jugó en la categoría. En el último salieron campeones y gritó en 31 ocasiones. Esa cantidad de goles llamó la atención de Guillermo Valentiner, dueño del Caracas F.C., quien puso un cheque firmado sobre la mesa del Valencia diciendo: “pónganle la cifra que quieran”. El equipo dueño de su ficha, recién ascendido a Primera, no lo quiso vender y su llegada al Caracas quedaría para más adelante.

Debutó en Primera con la desfachatez de siempre, sin el miedo escénico que se apodera de los principiantes. Frente al Portuguesa, con una volea desde afuera del área, se bautizó como debía, como el mensajero del gol que el país conocería. Filomeno, quien después de la Hermandad Gallega lo dirigió en el Valencia, lo describe como “un tipo sumamente competitivo, concreto, solidario y muy disciplinado; dice que no era un dechado de virtudes técnicas pero que su rapidez y decisión hacían la diferencia.

Estaba hecho para cuadros grandes. Su carácter, personalidad y alianza con el gol lo llevaron a transitar por los mayores equipos del país. Empezó en el campeón de ese año, la Universidad de Los Andes, y sus goles lo llevaron al más grande de la época: el Deportivo Táchira. Llegó a San Cristóbal un 31 de julio de 1992, un día antes de cumplir los 22 años. Fue recibido con hostilidad por un influyente sector de la prensa por ser un goleador de segunda división, sin los pergaminos, ni el recorrido, que se esperaba para el 9 del Táchira. Lo pidió Richard Páez, el técnico que años más tarde revolucionaría a la selección nacional. Páez recuerda que “no lo veían como un goleador para un equipo tan grande, pero José Luis Dolgetta se encargó de demostrar que la raza goleadora es para pocos, es para los diferentes que tienen en su ADN esos perfiles que determinan cuándo un jugador va a ser campeón o un goleador”. Agrega que era “indomable, perseverante, cabeceador letal, con apariciones de ráfagas, que demostró que es más importante aparecer que estar. Reclamaba todos los pases de gol. Era un luchador empedernido y con un temperamento ilimitado para el combate, sea de local o de visitante. Era un goleador de raza”. En sus primeros 8 partidos, de la Copa Venezuela, gritó 7 goles. Ese mismo sector que lo rechazaba, se rindió a sus pies. También la hinchada aurinegra empezó a adorarlo por su condición de goleador guapo, de estirpe, que “corría y metía”. Hacía más goles de visitante que de local. Era lógico, de visitante tenía más espacio para volar.

Al año siguiente, fue convocado a la selección nacional por el DT Ratomir Dujkovic, un yugoslavo que venía de ser el entrenador de porteros del Estrella Roja de Belgrado, campeón de Europa e Intercontinental en 1991. En un amistoso de preparación contra Colombia, Dolgetta quedó mano a mano contra René Higuita en un par de ocasiones. Falló estrepitosamente y la prensa no tardó en “matarlo”. Las críticas fueron feroces. Frontal, impulsivo, fue a la habitación de Ratomir y le presentó la renuncia argumentando que por su culpa terminarían echando al técnico. Este gesto impresionó, o conmovió, al entrenador, quien lejos de aceptarlo le prometió que juntos llegarían a la Copa América de Ecuador de la mejor forma posible. Ratomir se quedaba con él luego de los entrenamientos, practicando la definición. Horas y horas abonando su amistad con el arco, su pasión por las redes. El resto es historia. En junio del ’93 sus alas lo llevaron a ser el goleador de la Copa América de Ecuador donde hizo 4 goles en 3 partidos, superando a Batistuta, Hurtado y Avilés, quienes disputaron 6 encuentros. Sintió que había llegado al cielo. Creyó que el país lo iba a abrazar, reconociéndolo. Fue nominado al premio de Atleta del Año que otorga el Círculo de Periodistas Deportivos. Nadie podía imaginar que Dolgetta quedaría ubicado en el décimo lugar de la lista. Cuando lo recuerda, musita con amargura: “Por primera vez un venezolano había salido campeón goleador de una Copa América, que no es fácil, pero nadie es profeta en su tierra”.

El periodista mexicano Ilshe Quiroz, escribió años después (en el portal futbolsapiens.com): “En 1993 convulsionó al fútbol venezolano con una actuación brutal en la Copa América. José Luis Dolgetta le daba a Venezuela el primer título de goleo en su historia, al firmar cuatro tantos. Sus 4 goles lo encumbraron como goleador único de la justa internacional, por encima de Batigol y de Zamorano, pero para su desgracia a ningún gran medio venezolano le importó un carajo en ese momento. Muy pocos venezolanos notaron la grandeza de tal acción magistral”. El reconocimiento no llegaría todavía. Tendría que esperar.

Dos años después, bajo las órdenes de Rafa Santana, fue convocado para la Copa América de Uruguay donde hizo 2 goles en 3 partidos, para llegar a un total de 6 goles en el torneo, cifra que aún no ha sido alcanzada por otro jugador vinotinto. A partir de ese momento, empezó una difícil relación con sus empleadores y con la prensa que lo había menospreciado. Con 25 años, Dolgetta ya no era el “goleador de la segunda” con quien se trataba por encima del hombro, ahora era el goleador de América que negociaba sus propios contratos.

Al volver de la Copa en Uruguay fue pretendido por Humberto Arias, presidente del Deportivo Cali. Viajó a Colombia para cerrar su incorporación en el equipo azucarero. Una fracción de la directiva y un sector de la prensa se oponían a la contratación de un jugador venezolano. El médico del cuadro caleño, tras la revisión, argumentó que tenía la rodilla destrozada y debían hacerle una operación de levantamiento del tendón rotuliano, lo que derivaría en una recuperación de entre 7 y 8 meses. Con ese diagnóstico la contratación, lógicamente, se caía. En una reunión con el presidente Arias, Dolgetta le aseguró que el problema de la rodilla era totalmente falso y se comprometió a romper el contrato, inmediatamente, si se llegaba a confirmar el diagnóstico del médico. Arias no aguantó la presión y la primera experiencia en el extranjero del goleador de América, también, debió aplazarse.

Regresó a San Cristóbal, sin equipo, y pasó en su auto por la sede del aurinegro. Cuando lo vieron le pidieron que subiera a las oficinas para firmar el contrato, pero se negó por estar en pantalones cortos. Dijo que “un contrato no se podía firmar en shores” y fijaron una hora para la tarde. Llegó puntual, como siempre; pidió una cifra “que no era abismal” y el presidente le respondió: “por ese dinero prefiero contratar a un extranjero mejor que tú”. Se levantó de la silla, se despidió respetuosamente y salió de la oficina. Esa misma tarde, dos horas después, lo llamaron del Caracas F.C., el otro grande de Venezuela. Habían pasado 7 años del cheque en blanco que había puesto Valentiner para contratarlo. Bajo las órdenes de Manuel Plascencia jugó 52 partidos de los 54 que tuvo el campeonato; estuvo ausente en 2 por acumulación de tarjetas. Terminó como máximo goleador de ese torneo con 22 gritos y confirmó, callado, que la rodilla estaba perfecta.

Lo quisieron contratar de Estados Unidos para el lanzamiento de la MLS (Mayor League Soccer) y el Caracas le pidió que se quedara hasta finalizar la Copa Libertadores. Aceptó y siguió jugando hasta la eliminación en la Copa. Había cumplido su palabra y esperaba lo mismo del Caracas, pero le negaron la baja y no pudo llevar sus goles al incipiente fútbol yanqui. Su salto al fútbol internacional, otra vez, se postergó.

Después de bloquearle la posibilidad internacional, el Caracas F.C. no le renovó y continuó su carrera en el recién fundado Atlético Zulia, donde fue campeón del torneo apertura. Al finalizar el año tampoco le renovaron. Empezó a sentir que le “pasaban factura” por ir siempre al frente. Se fue convirtiendo en un tipo incómodo para el sistema. Decían que era “guerrillero” porque exigía mejores condiciones para los jugadores. Viajaban en buses incómodos, dormían en hoteles de segunda, comían lo que había y casi siempre recibían sus sueldos atrasados.

En el ’97 llegó a Estudiantes de Mérida, otra vez pedido por Richard Páez, y le agradeció la confianza volviendo a ser el máximo artillero del campeonato, con 22 goles. En el ’99 regresó a la capital, llamado por el Italchacao, donde también salió campeón y con el nuevo milenio llegó su primera, y única, experiencia en el fútbol internacional. Era en Ecuador. La tierra que le traía tan gratos recuerdos. Se fue al Técnico Universitario de Ambato. Estuvo un semestre, donde no pudo demostrar su brillo y los problemas económicos del club lo obligaron a regresar a Venezuela. En su ciudad natal volvió a ponerse los colores del Carabobo F.C. Estuvo un mes y medio y no aguantó más. Se cansó de la improvisación, desconsideración e irrespeto y decidió retirarse en octubre del 2000, con apenas 30 años. Siente que el tiempo le dio la razón porque pocos años después los equipos venezolanos viajaban en avión, paraban en hoteles 5 estrellas, contaban con nutricionista y los jugadores estaban al día en sus pagos.

Empezó tarde a jugar al fútbol y se retiró pronto. Se fue dejando un registro de 175 goles en su vida profesional. Pier Paolo Pasolini, el cineasta italiano, decía que el gol era un hecho poético y que el goleador de un torneo es “el mejor poeta del año”. Dolgetta fue el mejor poeta del fútbol venezolano en 4 de los 12 años que estuvo recitando.

Para algunos jugadores el retiro es “ese infierno tan temido”. Muchos no saben qué hacer el día después. Eso lo vivió Dolgetta. “Uno cree que va a ser jugador toda la vida y no me preparé para el día siguiente”, dice. Le tocó jugar en una época donde se cobraba en Bolívares devaluados y no se recibían grandes sueldos. Gracias a su disciplina y organización logró guardar algo de dinero para comprar un departamento y un auto nuevo que convirtió en taxi. Mientras hacía el curso de entrenador, manejaba el taxi por las calles de San Cristóbal. Esperó 3 años para volver a la cancha dirigiendo categorías sub-20 y 5 años para regresar al fútbol profesional, primero como asistente y luego convertido en Director Técnico.

En 2007, cuando se jugó por primera vez la Copa América en su país, recibió el llamado para el homenaje tan esperado. Fue elegido para dar la patada inicial en la inauguración de la Copa cuando Venezuela enfrentó a Bolivia. Habían transcurrido 14 años de su logro histórico. Buscó durante una semana una corbata de color vinotinto para combinar con su traje de color negro. Aunque no pudo conseguirla, llegó trajeado como la ocasión merecía. Alguien del protocolo se le acercó para decirle que habían llegado los presidentes Hugo Chávez y Evo Morales, vestidos en jogging deportivo; además, Diego Maradona estaba en remera y jeans, por lo que le pedían que se sacara la camisa y el saco para ponerse una camiseta vinotinto. Se negó a hacerlo y amenazó con no bajar a la cancha. Terminó imponiéndose y participó en una ceremonia que no estaba hecha para él. Era un tipo discreto, incapaz de codearse con tamaños egos. Apenas apareció en la foto. Cuando volvió a su casa, sin flashes ni fuegos de artificio, sintió que había sido un simple actor de reparto en una obra de propaganda oficial.

Tuvo que esperar dos años más para que lo reconocieran como uno de los grandes valores del continente. El 29 de enero de 2009, en la inauguración del Museo del Fútbol Sudamericano de la Conmebol en Paraguay, recibió el homenaje que había soñado durante 16 años. Ese día sintió que toda su carrera había tenido sentido. Que la espera había valido la pena, que sería recordado por el mundo del fútbol sudamericano.

En marzo de 2018, como millones de venezolanos, emprendió la ruta de los emigrantes y luego de dos días de viaje llegó por tierra a la mitad del mundo. Como buen futbolero, siguió su cábala y eligió el país donde siempre le fue bien: Ecuador. El lugar que lo puso en la gloria eterna del fútbol. La gloria que le negó su propia tierra. Richard Páez cierra esta historia reflexionando: “José Luis Dolgetta forma parte de esa generación olvidada del fútbol venezolano (…) El que no piensa y reconoce el pasado no tiene derecho a tener un futuro de nivel élite. Y eso Venezuela lo tiene que aprender”. Mientras llega ese día, el goleador de los pies alados, el mensajero del gol, seguirá demostrando que sabe esperar.

MARADONA, EL DISTINTO

(Publicado en la Revista Enganche, Octubre de 2020)

Cuatro adolescentes se abrazan sudorosos y cantan: “Oh, mamma, mamma, mamma ¿sai perché mi batte il Corazón? Ho visto Maradona, ho visto Maradona”. Saltan con entusiasmo y se apretujan como si el espacio fuera cada vez más diminuto. Junto a sus voces, abajo, en la pista atlética aparece él, con los botines de cordones sueltos y dando saltitos. Alguien le tira una pelota y la recibe con su educada zurda; hace jueguitos, uno, dos, tres, cuatro, y la levanta para seguir con la cabeza; un, dos, tres, la deja caer y le pega de volea. Mira a la tribuna, a sus nuevos seguidores, y levanta el brazo izquierdo. Debuta el 10 y los cuatro adolescentes lo saben.

Maradona está a punto de estrenarse en el Deportivo Italia de Caracas. Nadie sabe cómo se llama realmente, le dicen “Lalo”. En ese monumento a la soledad llamado estadio “Brígido Iriarte”, unas 150 personas, entre hinchas y familiares de jugadores, esperan ver su magia. Es domingo, 4 de noviembre de 1990, 11:15 de la mañana con un calor insoportable; los madrugadores esperan que valga la pena. Fueron a ver al jugador que, ante la pregunta de un periodista, se definió así: Soy hábil. Tengo potencia en el remate. Casi como Diego”. “Eh mamma, innamorato sono”.

Esa escena se repetiría, varias veces, en distintos países e idiomas. Con poco o mucho público. En verano o en invierno. El apellido Maradona convocaba a curiosos que esperaban ver la magia de Diego, en los pies de Lalo o Hugo, sus hermanos menores, quienes debieron correr por el agotador camino de la comparación.

Raúl Alfredo Maradona Franco, el “Lalo” de la gente, nació en un hogar amoroso donde la figura de su hermano mayor abarcaba todo. Su vida no tuvo los sacrificios de antaño de los Maradona. Pudo estudiar, alimentarse bien y recibir regalos, como cualquier niño de clase media. La pelota era su sol particular y su infancia giraba alrededor de ella. Le gustaba jugar al tenis y no le fue mal. Ganó torneos de aficionados en Buenos Aires y jugó varios años. También tuvo aspiraciones académicas, como cualquier niño. Soñó con estudiar medicina en la facultad, aunque solo llegó a tercer año de secundaria porque se dio cuenta que “el estudio no era lo mío”, dijo.

Sus padres y hermanas lo mimaban por considerarlo “el distinto”, por su carácter calmo, reflexivo y dócil a diferencia de los otros varones, más temperamentales. Por ser obediente se ganó el derecho de acompañar a Diego desde los 12 años, siguéndolo en su viaje a la gloria, primero en Barcelona y luego en Nápoles. Conoció a su novia de toda la vida en sexto grado de colegio, Marcela, con quien acaba de cumplir 33 años de casado y tienen 3 hijos: Diego (31), Jorge (28) y Matías Alexander (23), en un hogar estable donde se fomentó el estudio y el deporte como bastiones de urbanidad.

La figura de su hermano Diego, marcó su vida. Cosa lógica, y hasta obvia, de una personalidad que impactó a una generación entera. Tal vez por eso intentó seguir sus pasos y ser jugador de fútbol, pero su apellido lo dejó en orsai.

Debutó en Boca Juniors, ni más ni menos, y desde el primer día lo apodaron “pelusita”. Con los xeneises jugó 3 partidos, incluso un clásico contra River, y rápidamente fue vendido al Granada de España. El primer gol en contra lo recibió de su propio ídolo, el hermano mayor, cuando declaró que Lalo “era el bueno de los tres”. Los hinchas nazaríes llenaron la cancha para verlo debutar, convencidos de ver al mejor Maradona de todos. En Granada completó los 3 años de contrato y el equipo se fue a la B. Ahí se dio uno de sus grandes lujos: jugar un partido con sus dos hermanos en el estadio de Los Cármenes casi repleto. En la ciudad andaluza tuvo una vida placentera, tranquila, que coincidió con la llegada de su primogénito a quien llamaron Diego. Regresó a Buenos Aires y recaló en Defensa y Justicia; luego pasó por Laferrere en la categoría Nacional B.

En 1990, luego del Mundial de Italia, llegó a Venezuela de la mano del argentino Antonio “Lobo” Gómez Benítez, ayudante del DT Richard García, quienes hacían dupla en el Deportivo Italia. El padre de Gómez era vecino y amigo de Don Diego, cabeza de la familia Maradona, y entre ellos se gestó la sonada trasferencia. Los directivos del Deportivo Italia, Tino Danesi y Walter Stipa, dieron su visto bueno y Lalo llegaría a Caracas días después. Su estreno, como siempre, vino precedido de una gran rimbombancia mediática donde se prometía, también como siempre, un partido amistoso donde participaría el hermano mayor. En Venezuela, ya sabemos, las promesas jamás se cumplen, por lo que ese partido no llegó a jugarse.

Debutó al mediodía de un domingo, frente al Club Sport Marítimo con transmisión televisiva para todo el país. Jugó 71 minutos y salió extenuado. Los pocos aficionados que lo vieron en la cancha agradecieron el esfuerzo y se fue a las duchas. “Maradooooo, Maradoooo”. En la crónica del diario Últimas Noticias, del día siguiente se leyó:“No vimos, como se esperaba, la maravillosidad de Lalo Maradona (…)”.

El capitán de ese Deportivo Italia, Robi Cavallo, dice que la contratación de Lalo fue extraordinaria para el fútbol venezolano. “Rompía con el baremo de nuestro fútbol”, sostiene quien, además de jugador, es economista. Cavallo lo recuerda como un gran jugador, inteligente y de una zurda exquisita. Cuenta que “le pegaban mucho porque, en esos años, el fútbol venezolano todavía era tosco y de pierna muy fuerte” y le costó adaptarse. Recuerda, incluso, que un defensa del Valencia F.C. “le dio un planchazo que casi le produjo conmoción cerebral”. Cavallo cree que desde ese día, Lalo empezó a irse de Venezuela. Mantuvieron una relación cercana, familiar, se reunían a comer y no olvida cómo se encantaron, Marcela y Lalo, con la tradición venezolana de romper una “piñata” en los cumpleaños infantiles.

“Lamentablemente fue muy poco tiempo, jugué pocos partidos, había problemas económicos en el Club y me tuve que volver. Fue poca la estadía pero la disfruté muy lindo; Caracas me gustó, me gustó la gente y me sentía muy cómodo. Tuve muy buenos compañeros que me ayudaron siempre”, dice Lalo. Vivió en la zona céntrica de Sabana Grande, en un país que gozaba de una buena economía. Le llamó la atención el precio de la gasolina (nafta, diría) y sintió que en Venezuela se vivía bien. Recuerda que habían muy buenos equipos, menciona al Marítimo, Táchira y Caracas. “Me deslumbraron los estadios y que había muy buenos jugadores. Quedé conforme y tengo muy buenos recuerdos”. Es cierto que estuvo poco, apenas jugó 5 partidos y no llegó a lucirse. Robi Cavallo cree que era “cuestión de tiempo” para que se afirmara, recordando que varios goles del Deportivo Italia llegaron por elaboración de Lalo. Se fue, llevándose en la memoria a gente cálida y estadios semivacíos.

Pasó por Estados Unidos, Perú y Canadá, siempre en equipos menores, donde su apodo de “pelusita” se repetía y la prensa se encargaba de escalar la expectativa hasta una plataforma tan alta, que la caída terminaba en la burla. Un periodismo al que jamás le importó su nombre, sólo el apellido. En un diario venezolano lo llamaron: Gustavo, y es común que entreveren su carrera con la de Hugo, el menor de los hermanos, adjudicándole un paso por el Fukuoka de Japón, donde jamás estuvo.

Le pregunto si le “rompía las bolas” que le dijeran “pelusita” y responde con nobleza: “es lindo que a uno lo comparen con su hermano, lo que pasa es que de ahí a que uno sea como Diego hay años luz. El que quería ver en Lalo a Diego, se había equivocado de fichaje porque nada que ver. No hubo, ni habrá, otro como mi hermano. Yo siempre sé que me destaqué y que juego bien, pero no soy Diego.”.

Sabe que en algunas cosas el apellido lo favoreció y en otras se convirtió en una “mochila de sandías”, pero lo siente como “el orgullo más grande que tengo”. Siente, también, que fue feliz en el fútbol, aunque no hizo una diferencia económica, y le hubiese gustado hacer una carrera en clubes más importantes. “Cuando me tocó jugar y entrenar siempre lo hice con las ganas que siempre le puse a todo lo que hice”, reflexiona con voz serena y sin amargura.

Reírse de uno mismo puede ser el mejor camino para la resiliencia y en el 2012 la agencia de publicidad Kepel & Mata lo convocó para protagonizar un divertido spot audiovisual  llamado “La revancha de Lalo Maradona” para el concurso Gran DT del Diario Clarín. En el comercial Lalo no oculta, de manera exagerada como exigía el guión, que siempre estuvo a la sombra de su hermano mayor, mostrándose torpe hasta el exceso. Se parodia a sí mismo, divirtiéndose con esa imagen que quisieron construirle pero sabiendo que fue mucho más que eso. Dijo el poeta inglés Samuel T. Coleridge: “a ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor”.

Lalo se preparó en la Escuela de Entrenadores César Luis Menotti y espera la entrega del carnet de Director Técnico. Actualmente dirige en las inferiores del Club Atlético Independiente y el Club Camioneros. Le encanta trabajar con chicos, pero le gustaría asumir el reto de dirigir a algún equipo profesional, como su famoso hermano.

Mientras espera que eso suceda, cierra los ojos y escucha a la tribuna cantar: Venívení, canta conmigo, que un amigo vas a encontrar, que de la mano de Maradona todos la vuelta vamos a dar”. Sueña con ese momento, donde el apellido se convierta en nombre propio.